13 de juny, 2005

Historia de un amor imposible

Aquest és el primer conte que publico... si us porteu bé n'hi haurà més!!

Nunca se había preguntado cuánta oscuridad cabía en una habitación. Nunca antes había sentido el aire así: hermético y condensado, haciendo presión sobre su cabeza a punto de estallar, como si viajara a trescientos kilómetros por hora.
Recordaba el dolor como un puñal que desgarra, se te clava, te parte y lo único que te queda es reconstruirte Nuestras cicatrices tienen la virtud de recordarnos que el pasado fue real. El problema no eran las cicatrices, sino las heridas sangrientas. A corazón abierto.
Su cuarto parecía empapelado de recuerdos. Allá dónde miraba encontraba rastros de él: su foto, los libros que le regaló, tarjetas con dedicatorias que ahora le parecían asesinas, pues la estaban matando... Su habitación, su mundo y su vida entera sólo tenían un nombre: Miguel.
Entre sollozos se preguntaba cómo había podido. De poco le servía llorar pero la impotencia la quemaba cómo ácido. Cada lágrima era un trozo de cristal clavado en su retina. No sabía qué había hecho mal. Ella creía que su amor sería eterno, que nunca la dejaría. Siempre había creído en el amor de Miguel más que en el suyo propio, entonces… ¿Por qué se había ido?
De pronto, las imágenes se sucedían en su mente: el primer beso, el último beso, sus ojos, sus manos, sus caricias, su cuerpo, su voz, su risa, sus suspiros… un castillo de cartas que se desmoronaba dejando ruinas alrededor.
Él la quería… hasta que apareció Ella. ¿Qué le pudo ver? Era oscura y perversa, blanca y lánguida. Ojos profundos. Caricias que no podía rechazar. Se le apareció su rostro y un llanto profundo salió de su garganta, un sollozo demoledor.
Miles de preguntas fustigando su mente, torturándola por su dolor. ¿Se acordaba de ella? ¿Se le apareció su cara en ese primer orgasmo que le trasladó a una nueva vida? Les imaginaba juntos. En otra dimensión. Rodeados de un espacio amorfo e ilimitado. Quizá ella sí había puesto cercos a su amor.
Los relojes ya no tenían horas. Los sueños del mañana convertidos en jamás. Se esforzaba e recordar el momento en que pudo aparecer por vez primera. Quizás nunca fue suficiente buena para él.
Sabía que los sentimientos de los hombres no son una ciencia exacta. Sabía que hay mujeres-brújula que te guían por sus sentimientos con el brillo de sus ojos. Pero ahora, intentando rastrear las señales que dejó Miguel, no encontraba indicio alguno de su descontento, de su insatisfacción, de su resignación por vivir a su lado. No sabía cuando apareció Ella por vez primera ni halló muestras de su obsesión por Ella.
Maldito cerdo cabrón… Le había dejado por otra y esa idea le retumbaba en la cabeza, un redoble de tambores incesante y taladrante.
De golpe se levantó, movida por la fuerza de su ira; le dio puñetazos a la pared hasta que notó la caricia ensangrentada de un corte. Marcos de fotos rotos, figuritas quebrantadas. Pedazos de su vida.
La sangre fue una revelación, fue como despertar de un sueño, comprendió que no había sido culpa de Miguel, ni suya, sino de la Otra. La que nunca debió cruzarse en su camino y seducirle inevitablemente. Pero era duro sufrir sin tener a quien culpar ni pedir explicaciones.
Cuatro años de relación envueltos en un sobre. La última carta, un último adiós. La caja de Pandora de las emociones vertida en un sobre sin destino ni remitente. Le decía que la quería, pero Ella le venía a buscar, la sentía y no podía hacer nada más que librarse a ella. Se había convertido en su obsesión y sólo deseaba estar con Ella. Era ahora o nunca. Ella le esperaba. Se iba para no volver jamás.
A la mañana un par de zapatos junto al ventanal. Por fin sería libre. Saltó por la ventana. Ella, la Muerte, le esperaba; ya le había venido a buscar.